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Under the Lights of Havana

Topic: Romance

Level: B1 - C1 (Intermediate - Advance)


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La Habana siempre ha sido una ciudad de contrastes: edificios antiguos que parecen hablar del pasado, calles llenas de música, y un mar que lo observa todo en silencio. Para Daniel, un joven músico de veintiséis años, La Habana no era solo su ciudad natal, era también la inspiración de todas sus canciones. Desde niño soñaba con tocar su guitarra en el Malecón, y aunque la vida no siempre fue fácil, nunca dejó de creer en su música.


Una tarde de verano, Daniel decidió llevar su guitarra al Malecón. El sol estaba bajando y el cielo se pintaba de colores naranjas y rosados. Se sentó en un muro, afinó las cuerdas y comenzó a tocar una melodía suave, una que había compuesto pensando en un amor que aún no había llegado. La brisa le revolvía el pelo y, aunque parecía estar solo, alguien lo escuchaba con atención.


Camila, una joven maestra de literatura, caminaba por la avenida después de un día largo en la escuela. Llevaba un vestido sencillo, y en sus manos un libro gastado que siempre la acompañaba. Cuando escuchó la guitarra, se detuvo. La música parecía hablarle directamente al corazón. Miró a Daniel y no pudo evitar sonreír.


—¡Asere, qué lindo tocas! —dijo Camila con entusiasmo.


Daniel levantó la vista sorprendido. No esperaba que alguien se acercara.


—Gracias, mi vida —respondió él con una sonrisa tímida—. Es una canción que compuse hace poco.


Camila se sentó cerca de él, mirando el mar.


—Me gusta. Tiene algo… no sé… melancólico pero también lleno de esperanza.


Daniel asintió. —Así es Cuba, ¿no? Dura, alegre y triste al mismo tiempo.


Hablaron por un rato, compartiendo historias de sus vidas. Camila le contó sobre sus estudiantes y su pasión por la poesía. Daniel habló de sus luchas como músico y de su sueño de grabar un disco algún día. La conversación fluía como si se conocieran desde hacía años. Cuando cayó la noche, las luces de la ciudad iluminaron el Malecón, y ambos supieron que ese encuentro no sería el último.


Durante las semanas siguientes, Daniel y Camila se encontraron casi todos los días. A veces en el Malecón, otras en una cafetería pequeña donde servían café fuerte y dulce.


Daniel siempre llegaba con su guitarra, y Camila con un poema en los labios. Él le cantaba; ella le recitaba. Era como si juntos crearan un puente entre la música y la poesía.


Un viernes por la noche, Daniel la invitó a un concierto en un bar del Vedado. El lugar estaba lleno de humo, risas y el sonido de la salsa. Daniel subió al pequeño escenario con su guitarra y, antes de comenzar, buscó a Camila entre la multitud. Cuando la encontró, le guiñó un ojo.


—Esta canción es para alguien especial que apareció en mi vida —dijo al micrófono.

Camila sintió un calor en el pecho mientras todos aplaudían. Daniel empezó a tocar una melodía alegre con ritmo de bolero. La letra hablaba de una mujer que traía luz a la vida del cantante, una mujer que lo inspiraba a soñar. No había duda: era ella.


Después del concierto, salieron a caminar por las calles iluminadas. La Habana, de noche, parecía aún más mágica. Daniel tomó la mano de Camila, algo que no había hecho antes. Ella no la apartó.


—Camila, desde que te conocí siento que mi música tiene sentido. Tú me inspiras.


Ella lo miró con ternura. —Daniel, yo también siento algo muy fuerte. Tú me recuerdas que todavía se puede soñar, aunque la vida en Cuba sea complicada.


Se quedaron en silencio por un momento, escuchando la música que salía de un balcón cercano. Era un son cubano clásico, alegre y contagioso. Daniel sonrió.


—Ñoooo, qué rico suena eso, mi amor. ¿Bailamos?


Camila rió. —Aquí, en la calle, ¿tú estás loco?


—Claro que sí. ¿Dónde mejor que en La Habana?


Y allí, bajo las luces amarillas de los faroles, comenzaron a bailar. No importaba que la calle estuviera llena de gente; para ellos solo existía la música y la cercanía de sus cuerpos.


Con el tiempo, su relación se hizo más fuerte. Pero también enfrentaban dificultades. Daniel no tenía mucho dinero; a veces no podía comprar cuerdas nuevas para su guitarra. Camila ganaba poco como maestra, y había días en los que se preocupaba por el futuro. Una tarde incluso discutieron:


—Daniel, ¿y si tus sueños nunca se cumplen? —preguntó Camila con voz baja.


—¿Cómo me vas a decir eso? —respondió él, dolido—. La música es lo único que tengo.


Camila suspiró. —Lo sé, pero me da miedo. Aquí la vida es difícil y yo no quiero ver cómo sufres.


Daniel se quedó en silencio. Sabía que ella tenía razón, pero también sabía que sin sus sueños no era nadie. Esa noche no hablaron mucho, y cada uno volvió a su casa con el corazón pesado.


Al día siguiente, Daniel apareció en la escuela de Camila con su guitarra y una flor.


—Perdóname, mi vida —dijo—. Yo sé que es difícil, pero no me dejes de creer. Si tú estás conmigo, yo puedo con todo.


Camila sonrió, con lágrimas en los ojos. —Está bien, Daniel. Vamos a soñar juntos.


Desde entonces, enfrentaron los problemas con más unión.


Pasaron meses, y su amor se convirtió en una historia conocida entre sus amigos y vecinos. Todos decían que parecían personajes de una novela: el músico soñador y la maestra apasionada. Ellos solo reían y seguían bailando por las calles cuando había música, que en Cuba es casi siempre.


Una noche especial, Daniel llevó a Camila al mismo muro del Malecón donde se conocieron. Sacó su guitarra y comenzó a tocar. Esta vez, la canción era diferente: hablaba de un amor que había llegado de manera inesperada, de una mujer que cambió su vida.


—Camila —dijo, dejando de tocar por un momento—, no tengo mucho para darte. Pero te doy lo único que tengo: mi corazón y mis canciones.


Ella lo miró con lágrimas en los ojos. —Eso es todo lo que necesito.


Se besaron bajo las estrellas, mientras el mar chocaba contra las rocas. La Habana los rodeaba con su magia única, y en ese instante supieron que su historia apenas comenzaba.



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