When the Power Goes Out
- Renée Rodney

- Oct 15
- 3 min read
Topic: Romance
Level: B1 - C1 (Intermediate - Advance)

En Centro Habana, los balcones son como pequeños teatros. La gente mira, comenta, y a veces se enamora sin darse cuenta.
Nora vivía en un tercer piso con su madre y su abuela. Al frente, en la esquina, estaba Leo —técnico en refrigeración y trovador de balcón. Se veían a diario: ella regando las matas; él colgando una camisa o silbando un bolero.
Una tarde, el calor apretaba y se fue la luz. El barrio entero gritó: “¡Apagón!”. Leo salió al balcón con una linterna al cuello.—Qué bolá, vecina. Si necesitas resolver, tengo un power bank medio lleno.—Eres un ángel, Leo, pero voy a buscar hielo antes que se forme la cola.—Te acompaño, mi reina. Si no hay hielo, inventamos.
No encontraron hielo, pero compartieron sombra y risas.—Yo arreglo fríos que no enfrían y cobro tarde —dijo él—, pero al mal tiempo, buena cara.—Yo doy clases de inglés y dibujo. A veces quiero irme, otras pienso que aquí también hay vida.—Aquí siempre hay vida y música —sonrió Leo—. Si quieres, paso esta noche con la guitarra.
Y pasó. Con guitarra, café y una sonrisa. Cantó “Cuando se cae la corriente” mientras el barrio escuchaba entre velas y risas. Nora lo miraba como si lo viera por primera vez. Al final, la abuela aplaudió:—Ese muchacho sí sabe.
Los días siguientes trajeron más apagones… y más canciones. Los balcones se llenaban de vecinos con maracas y claves. Hasta una turista filmó: “Es lo más lindo que he visto en La Habana.” Nora, orgullosa, lo presentó como “el trovador del barrio.”
Pero una tarde, Nora llegó con otra noticia.—Me ofrecieron trabajo en Panamá. Seis meses. Podría ahorrar, ayudar a mi familia… pero tendría que irme.Leo guardó silencio.—Nora, aquí nadie puede pelear con los sueños. Si te da pa’lante, ve. Pero si te vas, este balcón se me queda cojo.
Ella rió con tristeza.—No quiero decidir por miedo ni por amor. Quiero decidir bien.—Entonces decide tranquila. Yo te espero, con o sin corriente.
Esa noche no hubo canciones.
Días después, bajo un cielo plomizo, Leo apareció con guarapo y una bocina pequeña.—Traje azúcar pa’ la tarde.Se quedaron en su ritual: balcones frente a frente, palabras cruzando la calle.—Si me voy, ¿me olvidarás? —preguntó Nora.—¿Olvidar el balcón que me enseñó a mirar? Ni loco. Si te vas, canta allá. Y cuando oigas un apagón, acuérdate de mí. Yo te cantaré desde aquí.
La lluvia comenzó. Leo tocó una guajira suave; Nora dibujó su silueta. El agua se volvió música. Luego, un correo vibró en su teléfono.—¿Noticias? —preguntó Leo.—Sí. Me aceptaron. Salida en quince días.
Leo forzó una sonrisa.—Entonces brindemos. Por tu valor, y porque la vida es de los que se van y los que se quedan.
Ella bajó del balcón y cruzó la calle bajo la llovizna. Por primera vez, quedaron frente a frente.—Quédate un ratico —pidió él.—Quince días se viven como un año si uno quiere.
Se sentaron en el suelo, hablando de miedos y promesas. Nora le mostró su dibujo; Leo le dio una púa gastada.—Para que recuerdes que hay cosas que suenan aunque no se vean.—Y tú, para que recuerdes que hay cosas que se ven aunque todavía no suenen.
Se besaron con la delicadeza de quien enciende una vela en medio del apagón.—Te voy a extrañar —dijo ella.—Yo también. Pero lo nuestro está en talla.
Cuando Nora subió de nuevo a su casa, Leo miró el cielo chispeando sobre la ciudad.El barrio gritó cuando volvió la corriente, pero él apenas la notó.
Desde su balcón, Nora levantó la púa entre los dedos, como brindando.




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